El Museo del pelo, ¿de verdad existe un sitio así?
En la historia de las diversas culturas del mundo, ha existido un interés especial por el cabello en algún momento. La connotación que se le ha dado a esta parte del cuerpo abarca todo tipo de interpretaciones que involucran tradiciones, mitos, facultades mágicas, e incluso un Museo del pelo.
Se considera que el pelo es un indicativo de buena salud, rebeldía, fuerza, vigor sexual, valentía o estatus social. En este sentido, tal vez la creencia más generalizada ha sido la de regalar y conservar en un lugar especial un rizo de cabello de la persona amada.
Aunque para algunas personas pueda resultar grotesco, es un comportamiento que aún hoy en día se practica, incluso en sociedades modernas. Esta conducta está asociada con la memoria, la pérdida y un profundo deseo de atesorar la esencia del ser ausente, todo esto atravesado por una fuerte dosis de emociones. Por todo ello, se creó el Museo del pelo.
El Museo del pelo: ¿dónde se encuentra?
El Museo del pelo se encuentra ubicado en Avanos, Turquía, un lugar que goza de reputación por la gran calidad de su artesanía tradicional. El sitio está emplazado en el interior de una cueva subterránea y por debajo de un taller de alfarería.
El propietario de este lugar es un artesano de nombre Chez Galip, quien se dedica a fabricar y comercializar trabajos en cerámica en el mismo lugar. Narra la historia que, durante su juventud, Galip sostuvo una relación con una bella joven y que ambos estaban perdidamente enamorados.
Por motivos desconocidos y cuestiones del destino, ella debió emigrar a otros confines, por lo que debió romper con Galip. Con el corazón hecho pedazos, el artesano solo atinó a pedirle a su amada un mechón de cabello para atesorarlo y no olvidarla jamás.
De un recuerdo a un museo
Galip tomó la decisión de preservar el amado mechón de cabello de la mirada de los demás en el lugar más íntimo y personal que encontró. Eligió para ello la cueva debajo de su local. Con el tiempo, la historia de amor se popularizó.
De manera espontánea, las mujeres de la localidad, conmovidas por la historia, empezaron a dejarle muestras de su propio cabello. Este comportamiento luego fue imitado por las turistas que llegaban al local con la intención de comprar recuerdos.
Todo ello llevó a Galip a concebir la idea de crear el Museo del pelo, un lugar semejante a una bodega de los recuerdos y que hoy por hoy ha sido visitado por todo tipo de viajeros y curiosos. Actualmente, en el Museo del pelo, luego de más de 40 años de existencia y más de 20 000 muestras de cabello femenino recolectadas, la tradición continúa.
Algunos antecedentes históricos
Aunque en el Antiguo Egipto no existía un Museo del pelo, este era considerado un símbolo de barbarie. De ahí que la élite egipcia tuviera por costumbre afeitar por completo su cuerpo, también por cuestiones higiénicas y estéticas. Sin embargo, los egipcios eran sepultados con todas las pelucas que habían usado en vida.
En oposición, para el pueblo judío el cabello abundante era signo de liderazgo, valor y sabiduría. Basta con recordar el pasaje bíblico de Sansón y Dalila, o las largas barbas y cabellos de los patriarcas de esa religión.
En esta línea, cabe subrayar la enorme cantidad de templos cristianos que dicen conservar cabellos de la Virgen María y, en casos excepcionales, incluso de Jesús. A estos se les atribuyen propiedades milagrosas, usualmente relacionadas con el restablecimiento de la salud de sus fieles.
Algo similar sucede con el profeta Mahoma, de quien se conserva un solo pelo de su barba en el Museo Topkapi de Turquía. Este es venerado y considerado como la pieza religiosa más valiosa de toda su colección.
La industria del sentimiento
Debido a la elevada mortalidad infantil durante el siglo XIX, el cabello de los niños muertos se convirtió en un objeto evocativo de un valor incalculable. De manera paralela, surgió toda una industria en torno a joyas muy elaboradas como cofres, camafeos, colgantes, medallones y guardapelos para albergar el preciado tesoro.
Como ejemplo de ello, la reina de España Isabel II utilizaba un brazalete que contenía el cabello de varios integrantes cercanos de su familia y, según ciertas creencias populares, de alguno de sus múltiples amantes. De manera similar, la condesa María Walewska de Polonia le envió un mechón de cabello en un camafeo como muestra de su amor a Napoleón.
En Inglaterra, cuando falleció el Príncipe Alberto, esposo de la Reina Victoria, ella decidió conservar su cabello en el interior de un guardapelos. Del mismo modo, luego de la muerte de su amante John Brown, la reina pidió a sus allegados ser sepultada con cabellos de este personaje.
Algunas explicaciones
La mentalidad pesimista y romántica de esta época estimulaba una visión generalizada de fragilidad frente a la vida y, por tanto, una veneración por lo ausente. Esto conducía a un limbo afectivo que impedía separarse de los restos de quienes ahora ya no estaban, algo que se dio en llamar «anatomía de la melancolía».
Al respecto, varios pensadores manifiestan el nexo indiscutible entre la sexualidad y el cabello desde la Antigüedad. En este sentido, citan a Astarte, una deidad venerada por sumerios, acadios, egipcios y judíos con varias denominaciones. Uno de sus rituales incluía el sacrificio del cabello por parte de las mujeres en una ceremonia con claras intenciones sexuales.
El valor del fetiche
A lo largo del siglo XIX y gran parte del XX, era una práctica común que los enamorados intercambiaran mechones de cabello como una muestra de amor. Este procedimiento adoptó tintes perversos cuando, tras el fallecimiento de Beethoven, este fue despojado de parte de su cabellera para intercambiarla como pago por la fuga de judíos durante la Alemania nazi.
Otro caso emblemático fue el robo de un mechón de cabello al revolucionario Ché Guevara, luego de ser asesinado. El autor del robo fue un agente de la CIA llamado Gustavo Villoldo, quien luego vendió el mechón a un norteamericano por 120 000 dólares.
En el Museo Nacional de Historia Americana de los Estados Unidos, reposan muestras de cabellos de personajes emblemáticos de su pasado. Es el caso de varios presidentes, dentro de los cuales se incluye George Washington.
Como se ve, el cabello ha sido un objeto fetiche a lo largo de la historia. Sin embargo, el buen Galip ha sido el único en construir un sitio específico para albergar muestras de ese valioso recuerdo. Lo más interesante del Museo del pelo es que lo ha hecho la gente, y no un grupo de sabios y conocedores.