Historia de la abadía de Kylemore: romanticismo y tragedia
En Irlanda, leyendas e historias se esconden en casi cada rincón. En esta ocasión, queremos contarte la historia de la abadía de Kylemore, un antiguo castillo construido en el siglo XIX y más tarde transformado en un convento benedictino. Una preciosa construcción que se encuentra en el condado de Galway, en Connemara.
La magia de este lugar no reside únicamente en la belleza del paisaje, sino en la historia que se esconde tras sus muros. Pocos son los que conocen el verdadero motivo del nacimiento de la abadía de Kylemore, pero estás a punto de descubrirlo. ¿Sabías que esconde una desdichada historia de amor?
La triste historia de la abadía de Kylemore
La historia de la abadía de Kylemore comienza en la última mitad del siglo XIX, en los cimientos de un antiguo castillo levantado junto al lago Kylemore. Mitchell Henry, un político y empresario de Manchester, acudió con su esposa Margaret al Parque Nacional de Connemara de vacaciones.
Durante un paseo y un picnic por la zona, la esposa de Mitchell le confesó que le encantaba el lugar y que le construyese una casa. Una petición a la que el empresario respondió: “No te haré una casa, querida, te haré un castillo”.
Así comenzó a levantarse la futura abadía de Kylemore. No solo eso, sino que Mitchell ordenó la creación de un jardín victoriano a su alrededor y que plantasen hierba y arbustos en los alrededores del lago Kylemore.
De esta manera, el rico comerciante consiguió satisfacer los deseos de su esposa. La historia ya estaba escrita: los dos enamorados vivirían en su castillo de ensueño. Allí tuvieron nueve hijos y residieron durante casi diez años.
El desdichado final de la familia Mitchell
No obstante, aunque todo parecía seguir los finales felices de los cuentos, la familia Mitchell sufrió un duro revés en el año 1874. Desgraciadamente, la mujer de Mitchell Henry, Margaret, murió tras regresar de un viaje a Egipto. Poco tiempo después falleció su adorada hija pequeña.
Tras la muerte de la madre y la hija, la familia Henry quedó destrozada por tanta tragedia. Incapaces de seguir viviendo en Kylemore, decidieron abandonar para siempre la residencia en la que tan felices habían sido.
El comerciante vendió el castillo con todas su pertenencias a los duques de Manchester. La tranquilidad del lugar se vio rota desde entonces con las múltiples fiestas que organizaron los duques y que acabaron con el jardín destrozado. No solo eso, sino que años después lo perderían tras apostarlo en una partida de cartas.
El castillo quedó abandonado hasta que en 1920 lo adquirieron las monjas benedictinas y lo transformaron en un selecto internado para niñas. Hoy este es uno de los lugares turísticos más visitados de Irlanda.
Los restos de Mitchell Henry y de su esposa descansan para siempre en un precioso mausoleo cerca de la iglesia neogótica de la abadía.
¿Qué visitar en la abadía?
Ahora que ya conoces la historia de la abadía de Kylemore, seguro que cuando la visites te sientes como en el escenario de una novela dramática. Además, los alrededores de la construcción son realmente impresionantes por su riqueza natural, embellecida por la presencia del lago Kylemore.
Una vez allí, te aconsejamos pasear tranquilamente por los jardines victorianos que rodean la abadía. Disfruta de la magia que los envuelve antes de continuar la visita.
Dirige tus pasos después a la iglesia gótica. En su interior hay una roca en forma de triángulo con cinco dedos de madera que salen del suelo. Se trata de la famosa Piedra de los Deseos, un lugar de leyenda donde se cuenta que si tiras una piedra hacia arriba y toca el vértice de la roca, se cumplirá el deseo que hayas pedido.
Del interior de la abadía no se puede visitar mucho. Sí podrás ver algunas salas con muebles que pertenecieron a la familia. Y también se puede ver el mausoleo de los Henry.
Podrás visitar este precioso lugar por 13 euros, poco para la belleza de todo lo que vas a contemplar. No te pierdas un paseo por sus jardines y los bosques. Y, sobre todo, no te vayas sin pedir tu deseo. ¡Quién sabe! ¡Puede que se cumpla!
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