Solentiname, la Meca de artesanos y pintores en Nicaragua
Nadie imaginó que Solentiname pasara de ser ignorado por las instituciones e incluso los mismos nicaragüenses a ser un conglomerado de artistas reconocidos mundialmente. Solo a un poeta y sacerdote revolucionario se le podía ocurrir la idea de transformar campesinos en artistas.
Solentiname es un archipiélago compuesto de 36 islas que se ubican al sureste del Gran Lago de Nicaragua. La superficie total de las islas es de 190 kilómetros cuadrados con elevaciones que varían entre los 30 y los 250 metros sobre el nivel del mar.
Este archipiélago hace parte del municipio de San Carlos y del departamento de Río San Juan en Nicaragua. Solentiname presenta un nivel muy alto de riqueza cultural, histórica y natural, motivo por el cual es apreciado en todo el mundo.
Esta zona protegida tiene la categoría de Monumento Nacional y está compuesta por islas de tamaño variado. Las que más destacan por su extensión y población son: Mancarrón, Mancarroncito, San Fernando y La Venada.
La metamorfosis de Solentiname
Tanto en San Fernando como en La Venada existen monumentos conmemorativos de jóvenes torturados y masacrados oriundos de estas islas, por haber participado en el Asalto al Cuartel San Carlos en 1977; esto era parte de un plan que buscaba derrocar al dictador Anastasio Somoza.
En Solentiname la pesca artesanal, la agricultura, la artesanía y la pintura primitivista constituyen las principales actividades económicas. Adicionalmente, cuenta con una gran biodiversidad y restos arqueológicos de varias culturas precolombinas.
Hasta hace solo unas décadas, Solentiname era un lugar desconocido incluso por los mismos nicaragüenses. Fue solo con el empeño y tesón de sus pobladores de la mano del poeta y sacerdote Ernesto Cardenal que este lugar alcanzó relevancia mundial.
Un punto verde que flota en el horizonte
La isla La Venada se percibe desde lejos como un punto verde que flota en un horizonte de las aguas tibias y calmadas del Gran Lago de Nicaragua. Al acercarse van apareciendo viviendas de madera y colores intensos en las que habitan los artistas.
La escena en sí misma parece una pintura en la que se ancla la mirada del observador y no es para menos. Las casas son el hogar de varias generaciones de pintores primitivistas que en el pasado fueron campesinos.
Cuando Ernesto Cardenal, un poeta y sacerdote revolucionario, llegó allí con la intención de renovar su fe, nunca imagino que terminaría siendo protagonista de semejante milagro. Para la década de los años 60 Solentiname era un conjunto de caseríos abandonados por el gobierno a su propia suerte.
Una cosa lleva a otra
La pobreza era lo único que se veía y a campesinos intentando subsistir apenas con lo indispensable, porque no había para más. Fue cuando llegó Cardenal, un hombre educado y de familia pudiente, que se debatía entre su fe y la injusta realidad del pueblo nicaragüense.
Se trataba de una persona rebelde e inconforme con la vida, por eso ni siquiera vestía de sotana; hacía poesía, fumaba y trabajaba hombro a hombro con la comunidad. Por esa época Cardenal conoció a Róger Pérez de la Rocha, una promesa del arte nacional que vivía en Managua.
Lamentablemente, este personaje también padecía delirios de persecución y había intentado suicidarse. El sacerdote lo invitó a trabajar por la comunidad de Solentiname dictando unos talleres de pintura, que finalmente aceptó.
La lucidez de una locura
Para Ernesto Cardenal era claro que solo se podía cambiar ese ambiente de miseria a través de la consciencia y la disciplina del trabajo duro. Siempre había algo útil para hacer, desde trabajar la tierra hasta alfabetizar.
Rocha notó el desmedido interés de un campesino por el arte; se llamaba Eduardo Arana y en ocasiones tallaba madera. Sin embargo, lo atraían como un poderoso imán los colores y los paisajes. Luego se convertiría en el primero y más importante pintor primitivista de Solentiname.
A Cardenal, que ante todo era sensible, quizás en ese momento le cruzó por la mente la idea lúcida de brindar las condiciones para que los campesinos se transformaran en artistas. Cuando vio las bellas miniaturas que pintaba Eduardo Arana, las compró todas.
Creer o no creer…
Cardenal invitaba permanentemente a los pobladores a leer el Evangelio, pero sin dogmatismos impuestos. También los animaba a entrar en contacto con escritos sobre el Ché Guevara.
La comunidad entera no contaba con escuela, centro de salud, iglesia o cualquier tipo de entidad que ayudara con sus necesidades. Estaban acostumbrados a los sacerdotes que en sus discursos anunciaban el infierno para quienes no asumieran la vida con abnegación.
De paso, los menos abnegados eran los mismos sacerdotes, pues por ir rara vez a dar misa en un espacio improvisado, le cobraban un dinero a los pobladores que ellos no podían pagar; así que se “conformaban” con un grupo de gallinas para saldar la deuda.
Por eso la comunidad no podía creer que el cura Ernesto Cardenal hiciera las cosas sin cobrar: celebraba misas, bautizos y matrimonios a cambio de nada.
El costo del cambio
El poeta quería que entendieran que la religión no es un calabozo para el alma y los invitó a transformar su mundo de una manera concreta. Los jóvenes escuchaban con especial atención lo que decía Cardenal y nació en ellos un espíritu revolucionario.
Muchos decidieron hacer parte de la lucha revolucionaria para combatir las injusticias de la dictadura somocista. Muchos también fueron torturados, asesinados y desaparecidos; solo varios años después pudieron recuperarse sus restos.
Sin embargo, quienes sobrevivieron tuvieron la oportunidad de vivir el triunfo de la revolución y el renacer de Solentiname. Cardenal aceptó el cargo de Ministro de Cultura y dentro de sus proyectos fue prioritario la reconstrucción de Solentiname, al igual que el apoyo a los artistas de las islas.
La realidad de un sueño
Cardenal consiguió cambiar la mentalidad de los pobladores de Solentiname cuando creó las condiciones para hacer realidad un sueño. Les enseñó el valor de las cosas y del trabajo; por eso, ningún artista regala su trabajo y hoy pueden tener dinero para cubrir sus necesidades y vivir felices con lo que hacen.
En los lienzos primitivistas de los pintores de Solentiname se plasman los sueños y las esperanzas de un pueblo. Se representa el día a día de la belleza de sus paisajes, la encantadora fauna y flora de sus alrededores, la pesca, la misa y la fiesta de un espíritu libre a pesar de todo. Se trata de un lugar mágico, que no deja indiferente a nadie.