Oasis Yueyaquan en China, un regalo de la naturaleza
La ciudad de Duhuang, situada al noroeste de China, cuenta con un clima muy extremo, seco y con muy pocas lluvias. Sin embargo, es una de las zonas turísticas más importantes de este país. Por ella pasan diariamente montones de viajeros con ganas de conocer los maravillosos lugares que tiene que ofrecer. Uno de los más llamativos y espectaculares es el oasis Yueyaquan, lugar en el que parece que el tiempo se ha parado y que, por unos instantes, nos transporta a otra época.
El oasis de Yueyaquan, una idílica ilusión
El oasis se halla en el desierto de Gobi, el más grande del mundo, con una extensión que va desde el norte de China hasta el sur de Mongolia y, según los expertos, el más extremo del planeta.
Entre dunas de arena blanca de casi cien metros de altura el visitante se encontrará ante el lago Crescent, nombre bajo el que también suele hacerse referencia a este regalo de la naturaleza y orgullo de la provincia de Gansu.
“¡Extraño contraste el de las cosas! Para los que habitan el oasis es este un presidio; para los que lo divisan de lejos o lo ven sólo con la imaginación, es un paraíso.”
-Élisée Reclus-
En nuestro avance desde Dunhuang, aparecerá ante nuestra mirada, casi mágicamente, un encantador estanque con forma de media luna cuyas aguas han permanecido allí desde hace 2000 años.
Lamentablemente, el nivel del caudal ha bajado alarmantemente en los últimos años. Por ello, el gobierno chino está muy implicado intentando controlar su posible deshidratación. Existen dos posibles causas para esta bajada de nivel: el peligroso azote que suponen las tormentas de arena y la imparable desertización.
El vergel, encantadora decoración natural
Todos tenemos en mente esas escenas del cine de aventuras en las que el protagonista, a punto de desfallecer, contempla un espejismo en el que puede ver un espacio repleto de agua y vegetación. Yueyaquan responde perfectamente a esta imagen, es más, probablemente es más hermoso de lo que cualquiera fuese capaz de imaginar, ya que hasta cuenta con una maravillosa pagoda a modo de decoración.
Se trata de un enclave exquisito y exhuberante lleno de belleza por el que han pasado caravanas de comerciantes de tejidos, oro, plata, piedras preciosas, ropa, cerámica y hasta esclavos. De hecho, formaba parte del itinerario de la Ruta de la Seda.
Aquí han hecho una parada viajeros de todos los puntos cardinales, desde predicadores hasta científicos, pasando por escritores y hasta ladrones. Entre todos estos hombres de distintas culturas, religiones, razas y costumbres la más destacada de estas personalidades fue, sin duda, la de Gengis Kan.
Espacio de reposo para el cuerpo y el alma
Ante tan magnífico reclamo, el explorador moderno se sentirá tan pequeño como uno de los miles de millones de granos de arena que componen el gigantesco arenal que rodea el lago. Un lago de apenas 200 metros de largo y 50 de ancho que, sin embargo, resulta difícil de olvidar.
Aquellos que se encuentren en buena forma física pueden aprovechar para subir a la parte más alta de las cercanas dunas para disfrutar de las estupendas vistas que se obtienen desde la cima.
Eso sí, es recomendable solo para los más intrépidos y decididos, ya que nuestros pies se hundirán en ellas a cada paso, lo que lo convierte el ascenso en un trayecto muy costoso.
Si nos acercamos a la pagoda, nos daremos cuenta de que se asemeja a esas edificaciones que aparecen en las leyendas milenarias chinas, protagonizadas por jóvenes y atractivas princesas de tez de porcelana y ojos rasgados que acaban transformándose en mitológicos dragones.
Si después de todo esto nuestra curiosidad aún no ha sido saciada, en las proximidades del manantial existe un servicio de alquiler de camellos gracias al cual tendremos la oportunidad de dar una vuelta por los alrededores y hacernos una idea de las dificultades que supone la vida en el desierto y el regalo que significa esta creación natural.