Descubrimos los secretos de Soria
Soria, bañada por el Duero en su curso alto, es una ciudad española que inspira melancolía en cada esquina. Sencilla a la par que señorial, la ciudad invita a ser recorrida desde los ojos de un poeta que la descubre por primera vez. Desde sus avenidas hasta sus parques, sus plazuelas y sus gentes, la villa respira respeto y gratitud a todo aquel turista que quiera conocerla. Iniciemos un viaje por las entrañas de esta bella urbe.
Soria: el hogar del Románico
En Soria se descubren muestras de diversas épocas del Románico. La sobriedad y solemnidad de la arquitectura se transfiere a cada callejuela, ofreciendo una belleza que deja sin palabras. La villa cuenta con un soberbio catálogo de ejemplos de este estilo arquitectónico.
El más claro ejemplo es la concatedral de San Pedro, un edificio que constituye una verdadera joya de la vertiente castellana del Románico. Se compone de cinco naves acabadas en crucería estrelladas que hacen a la techumbre emular la bóveda celeste que arropa las frías noches sorianas. Las numerosas capillas dedicadas a mártiles y santos a lo largo de las naves laterales, así como los retablos que decoran las paredes, dotan al edificio de una ilustre solemnidad que corta el aliento del más ateo visitante.
San Juan de Duero: un templo excepcional
La iglesia de San Juan de Duero, también conocida como Arcos de San Juan de Duero, está situada a las afueras de la urbe. Fue el lugar que inspiró al gran Gustavo Adolfo Bécquer para El monte de las Ánimas, una de sus leyendas más recordadas, y no es para menos.
Un edificio austero del que destaca, por encima de cualquier otro elemento, su claustro. El santuario se asienta sobre una nave abovedada en medio cañón levemente apuntado. La nota discordante la encontraremos en los dos templetes dispuestos a ambos lados del presbiterio, recordando a las iglesias ortodoxas.
La construcción data del siglo XII, salvo el claustro, que se erigió un siglo más tarde. Este elemento tiene forma rectangular cuyos lados son diferentes entre sí. Arcos de medio punto apuntados y elementos decorativos en la columnata, cada lado posee personalidad propia, a pesar de encontrarse en ruinas y haber perdido el techo.
Es, sin lugar a dudas, uno de los espacios claustrales más originales de occidente que, a orillas del Duero, aún hoy pervive en el tiempo despertando la imaginación de los más soñadores y llevándolos a un mundo de fantasía en una época lejana.
Dos rincones de Soria que no puedes perderte
Esta hermosa urbe esconde secretos doblando cada esquina, pero es la Plaza Mayor el mejor guardado de todos. Lo que pierde en superficie lo gana en belleza, pues esta noble plazuela es el núcleo de la vida local en el casco antiguo, y guarda tanto el ayuntamiento como la audiencia del concejo. Además, en ella encontraremos la conocida como La Viejera, una fuente en la que poder tomar un respiro antes de acudir al Cerro del Castillo.
Y es que no se puede imaginar una ciudad como Soria sin una fortaleza, en este caso derruida. Solamente encontraremos los restos de la torre del homenaje entre las ruinas de la antigua ciudadela, convertida hoy en parque público y Parador Nacional dedicado a uno de los más ilustres hijos de Soria.
El amor de un poeta
De sobra es conocido el amor que profesaba Antonio Machado por la ciudad de Soria, único amor correspondido del poeta junto a su esposa Leonor.
La villa posee innumerables monumentos a la pareja, estatuas como la que se haya en el paraje natural de El Mirón o como la escondida tras un Viejo Olmo junto a la parroquia de Nuestra Señora del Espino. Junto al árbol hallaremos en un esculpido atril algunos versos, y uniendo ambos unas cadenas sujetas a una mano, símbolo de la unión romántica entre Machado y el amor de su vida.
“¡Soria fría! La campana
de la Audiencia da la una.
Soria, ciudad castellana
¡tan bella! bajo la luna. “
-Fragmento de Campos de Soria, de Antonio Machado-
Precisamente a su esposa, joven y en soledad, la encontraremos yaciendo en el cementerio del Espino, a muchos kilómetros del insigne artista.Su frío lecho suele estar lleno de flores de amantes que con empatía la visitan cada año.
De vuelta al casco antiguo, encontraremos al sevillano enseñando a un alumno, como solía hacer tiempo atrás, en la plaza Mariano Granados.