Geografía de la península ibérica y su organización territorial
En este artículo hablaremos sobre la geografía de la península ibérica y sobre su organización territorial. Pero, teniendo en cuenta que en esta península cohabitan cuatro estados distintos –Andorra, España, Portugal y Reino Unido–, nosotros nos centraremos en la organización territorial del Estado español.
Debemos tener presente que el proceso de configuración territorial de cualquier estado depende de tres condicionantes: la conformación natural o el medio físico, los fundamentos históricos y las decisiones políticas. Es por ello que vamos a dividir el texto en estos tres apartados.
El medio físico de la península ibérica
La península ibérica es una vasta superficie trapezoidal que se encuentra ubicada en el extremo suroccidental de Europa. Está situada entre los paralelos 36º y 44ºN y los meridianos 4ºE -10ºW. Su carácter peninsular, que la posiciona entre distintas masas de agua, y su situación geográfica impactan en las temperaturas.
El interior de la península está formado por una meseta que, con 400 000 km², ocupa el 68% del territorio peninsular. Tiene una altura media de 600 metros sobre el nivel del mar y está rodeada por un cinturón montañoso. Esto acentúa sus rasgos de continentalidad, al reducir la influencia marítima.
Las consecuencias de este cerramiento montañoso son la existencia de altos contrastes térmicos y la reducción de precipitaciones. Así, la temperatura en veranos supera una media de 24º C, mientras que en invierno la media se sitúa alrededor de los 2º C. Esto marca una amplitud térmica de unos 20 grados.
Alrededor de la meseta e, incluso dentro de ella, nos encontramos con grandes cordilleras, valles y depresiones periféricas. Estas contrastan con las llanuras internas y con las franjas costeras. El litoral es rocoso y con acantilados en toda la franja norte y en el sureste. El litoral este y sur es más suave y en él abundan las albuferas y las playas.
Distribución de la población en las zonas periféricas
Las condiciones climáticas menos extremas del litoral, reguladas por el mar, y la mayor facilidad para desarrollar actividades agrícolas y comerciales de estas zonas fueron, a lo largo de la historia y especialmente en el siglo XX, favoreciendo la concentración de la población en estas zonas del litoral y de los valles periféricos.
De este modo, podemos ver como hoy en día la mayoría de la población peninsular se concentra en estas regiones. En la siguiente tabla, en la que exponemos las principales áreas metropolitanas de la península ibérica, podemos visualizar esta realidad.
A excepción del área metropolitana de Madrid, observamos como las grandes aglomeraciones de población se encuentran en las zonas del litoral o en los valles del Ebro y Guadalquivir. Visto esto, vamos ahora a hablar de cuál es la organización territorial española y cómo está evolucionó a través de la historia.
Fundamentos históricos de la organización territorial
Muchos han sido los pueblos que, a lo largo de la historia, han habitado en la península ibérica. A pesar de ello, los primeros que establecieron una organización político-administrativa fueron los romanos.
Podríamos extendernos ampliamente sobre la división territorial de la península en la época romana y sus etapas posteriores: visigodos, árabes, etc. Pero lo que a nosotros nos interesa es remontarnos al momento en el que se empezó a gestar la organización territorial actual.
Muchos apuntan que los orígenes del estado español se remontan a la unión entre los reinos de Castilla y Aragón. Vale decir que esta unión era únicamente dinástica y que cada reino mantuvo su estructura como reino independiente. De este modo, perduraron las aduanas, las instituciones, las leyes, la moneda, etc. que tenían antes de la unión.
Esta forma de administrar el territorio de la península con distintos reinos independientes bajo una misma monarquía pervivió hasta el siglo XVIII. Entonces, una crisis sucesoria desencadenó una guerra, la de sucesión. A través de esta, los Borbones tomaron el control del territorio que hoy es España. Portugal solo perteneció a la monarquía hispánica durante un breve período de tiempo (1580-1640).
Tras 12 años de conflictos bélicos, los Borbones, una vez en el trono, trataron de construir un estado más centralizado acorde con el modelo absolutista. Para ello, debían modificar sustancialmente la ordenación del territorio. El primer paso necesario era eliminar cualquier diferencia y particularidad dentro del territorio.
Decretos de Nueva Planta
Para lograr eliminar cualquier heterogeneidad dentro del territorio y construir un reino homogéneo se llevaron a cabo los denominados decretos de Nueva Planta. Con ellos se eliminaban los fueros, las aduanas y el sistema político particular de los reinos de la Corona Aragón.
El rey declaró “[…] abolidos y derogados todos los referidos fueros, privilegios, práctica y costumbre hasta aquí observados en los referidos reinos de Aragón y Valencia. […] siendo mi voluntad que éstos se reduzcan a las leyes de Castilla, y al uso, práctica y forma de gobierno que se tiene y ha tenido en ella y en sus tribunales sin diferencia alguna en nada”.
Los Borbones empezaron a organizar el territorio a través de intendencias que reunían todas las atribuciones administrativas. Pero, en este siglo las demarcaciones se caracterizaban por una enorme desigualdad de tamaños e irregularidad en los límites.
A pesar del carácter uniformizador de las políticas borbónicas, no se logró homogeneizar todo el territorio. Se mantuvieron muchas particularidades, especialmente para las provincias vascongadas y Navarra.
Pero la mentalidad ilustrada del momento no veía con buenos ojos ni estas particularidades ni la disparidad en la separación territorial. Por ello, se iniciaron un conjunto de proyectos que tenían la finalidad de organizar el territorio de una forma más racional que permitiese mejorar la administración y la gobernabilidad.
La organización territorial en el siglo XIX
Con la invasión napoleónica se estableció un modelo territorial dividido en departamentos. El proyecto de José María Lanz fue el primer gran proyecto de división territorial español. Dividió el territorio en 38 departamentos o prefecturas. Con esta nueva división más moderna y racional se eliminaron las divisiones históricas e irregulares y se sustituyeron por líneas rectas y accidentes naturales.
Desde las Cortes de Cádiz también se emprendieron planes de organización territorial. Las Cortes dividieron el territorio en 38 provincias. Pero el regreso de Fernando VII acabó con la Constitución de Cádiz y se volvió a la división del siglo XVIII.
En enero del 1822, durante el Trienio Liberal, se aprobó una división provisional del territorio en 52 provincias que obedecía a criterios racionales: población, extensión y coherencia geográfica. Este proyecto no logró materializarse, ya que en el año 1823 se reinstauró el absolutismo.
En 1833, Javier de Burgos realizó una nueva división territorial a partir del proyecto del año 1822. Pero en esta nueva división se eliminaron tres provincias, por lo que el territorio se dividió en 49. Hasta 1863 se fueron rectificando algunos límites y en el año 1927 se dividió Canarias en dos. Esta organización, fundamentalmente, es la que tenemos hoy en día.
A esta división provincial, se le debe sumar otra más, las autonomías. Estas surgieron a raíz de la constitución del año 1978 a través de la cual, el territorio nacional se dividió en 17 comunidades autónomas y dos ciudades autónomas. Había nacido el Estado de las autonomías en el que hoy día vivimos.
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