Las terrazas de silicato del lago Rotomahana en Nueva Zelanda

Su belleza atrajo a viajeros de todo el mundo. Hoy apenas podemos imaginar cómo eran esas terrazas, aunque hay teorías que aseguran que simplemente quedaron enterradas tras una erupción volcánica.
Las terrazas de silicato del lago Rotomahana en Nueva Zelanda
Armando Cerra

Escrito y verificado por el historiador del arte Armando Cerra.

Última actualización: 10 abril, 2019

Os hablamos de un lugar que en realidad no podréis visitar: las terrazas de silicato de color blanco y rosa del lago Rotomahana. Un paraje que, ni más ni menos, se consideró una de las maravillas de la naturaleza. Era tal su belleza, que hasta la remota Nueva Zelanda se desplazaban en el siglo XIX personas para verlas in situ. Hoy no podemos hacerlo. ¿Por qué? Ahora os lo contamos.

La Isla Norte de Nueva Zelanda y sus volcanes

Wai-o-Tapu en la Isla Norte
Wai-O-Tapu en la Isla Norte

Las erupciones volcánicas han tenido mucho que ver en la formación de los paisajes de Nueva Zelanda. En especial de su Isla Norte. Hay muchos lugares donde se pueden ver las huellas de esa actividad volcánica y los seísmos que llevaban aparejados. Uno de ellos es el lago Rotomahana, donde estaban las terrazas de silicato.

Por cierto, este lago se halla muy cerca de la turística ciudad de Rotorua. Un sitio al que de forma constante se acercan visitantes para contemplar sus géiseres y gozar de las aguas termales en sus estaciones balnearias y spas. Todo ello herencia volcánica.

El descubrimiento de las terrazas de silicato

Cuadro "Las terrazas blancas, Rotomahana", de Charles Blomfield
“Las terrazas blancas, Rotomahana”, de Charles Blomfield (1886)

Corría el año 1859 cuando por este lugar andaba el geólogo Fendinand von Hochstetter. El científico austriaco recorría la zona admirado por la actividad volcánica neozelandesa cuando un buen día hizo el descubrimiento de su vida: las impresionantes terrazas de silicato de color blanco y rosa del lago Rotomahana.

Precisamente, las aguas del lago poseían una enorme cantidad de bicarbonato cálcico. Mientras, la actividad sísmica, a veces imperceptible pero continua, había hecho que esos minerales se fueran arrastrando hacia la orilla.

Poco a poco se fueron creando auténticos depósitos de caliza y roca travertino. Así, mediante los continuos procesos químicos naturales se generaron estas maravillosas terrazas de silicato.

Unas maravillas que pronto se convirtieron en motivo de visita. Y hay que tener en cuenta que en aquel siglo no era fácil, ni mucho menos corto, el viaje hasta Nueva Zelanda. Sin embargo, fueron miles de personas las que no dudaron en llegar hasta estas terrazas de silicato de Rotomahana.

La desaparición de las terrazas

Cuadro "Las terrazas blancas, Rotomahana", de Charles Blomfield
“Las terrazas blancas, Rotomahana”, de Charles Blomfield (1886)

La afluencia de visitas a estas terrazas rosas y blancas no cesó durante unos cuantos años. Pero… en 1886 entró en erupción el cercano monte Tarwera. Aquel cráter escupió un río de lava que destruyó tres ciudades, mató a centenares de personas y también hizo desparecer las esplendorosas terrazas de silicato.

Desde entonces permanecen ocultas, y en realidad se desconoce con exactitud su emplazamiento. De hecho, se ha pensado siempre que la lava ardiente no solo las enterró, sino que también las destruyó. Sin embargo, recientemente ha surgido otra teoría distinta.

Una nueva teoría sobre las terrazas de silicato

Orilla del lago Rotomahana
Orilla del lago Rotomahana / JSilver / Wikimedia Commons

En los últimos tiempos unos investigadores se han encargado de estudiar con todo detalle los apuntes del geólogo Hochstetter, el cual hizo un cuidado diario ilustrado de su descubrimiento. Y gracias a ese estudio, aseguran que pueden saber cuál es la ubicación exacta de las bellas terrazas de silicato.

Pero no solo eso. Están convencidos de que a ese lugar no llegaría la lava de la erupción y que, por lo tanto, no estarían destruidas. Ellos piensan que en realidad las terrazas solo están sepultadas bajo la ceniza que se acumuló y toneladas de lodo que se desplazó.

Si fuera cierta esa teoría, las terrazas habrían podido guardar más o menos su apariencia. Eso sí, a una profundidad que ronda los 10 o los 15 metros.

¿Un redescubrimiento?

No hay manera de saber si esa teoría es acertada, salvo haciendo prospecciones, sondeos y trabajos con técnicas de los arqueólogos. Algo que, dado el tipo de terreno y su ubicación, no es una tarea sencilla, y menos aún barata.

Pero también es verdad que a las terrazas de silicato del lago Rotomahana les antecede la leyenda de su mítica belleza. Por ello, no ha de extrañar que en algún momento se emprenda la tarea para una posible recuperación. Si se logra, sería un motivo más para sumar a la larga lista de reclamos turísticos de Nueva Zelanda.