Fronteras sorprendentes, curiosas o impresionantes
A veces las fronteras las marca el hombre, a veces la naturaleza. Hay fronteras que separan y otras que perecen unir. Fronteras que se han convertido en atracciones turísticas o en retos que conquistar. Y hay otras fronteras que, simplemente, son curiosas y hasta absurdas. De todas ellas vamos a hablar.
Fronteras con magia
Pocas cosas hay que hechicen más que las cataratas. Y en el mundo hay varias que hacen de frontera: Iguazú entre Brasil y Argentina; Victoria entre Zambia y Zimbabue; Niágara entre Estados Unidos y Canadá; o Detián entre China y Vietnam. Todas espectaculares. Y, por cierto, merece la pena verlas desde cada uno de los países que separan.
Fronteras naturales interminables
El agua es también protagonista de estas fronteras, pero en este caso hablamos de ríos cuyo cauce discurre sin sobresaltos. Ejemplos hay muchos: El Duero entre España y Portugal; el Rhin entre Francia y Alemania; el Amazonas entre Colombia y Perú; o el Mekong entre Myanmar, Laos y Tailandia.
Lagos… y algo más
También hay lagos fronterizos, lagos de todos los tamaños y con aguas compartidas. Por ejemplo, el lago Mayor entre Italia y Suiza; el Tanganica entre Tanzania, República Democrática del Congo, Burundi y Zambia; y, con algo más de categoría, el mar Muerto, entre Israel y Jordania.
Fronteras de altura
Nos elevamos muchos metros, porque también hay espacios fronterizos que nos obligan a mirar al cielo. Los Pirineos separan Francia y España; los Andes, Argentina y Chile; y el monte Everest está justo en la frontera entre China y Nepal, de hecho, el Himalaya es la frontera natural más espectacular del planeta.
Cultura que une
Una sencilla línea en el suelo lo marca. La biblioteca de Haskell está entre dos países, Estados Unidos y Canadá. Una curiosa frontera que no lo es, ya que el edificio se levantó con toda la intención del mundo a principios del siglo XX para simbolizar la unión cultural entre ambos países. Pero no hay que despistarse, en cada lado de la línea rigen las leyes correspondientes a cada nación.
Un pueblo ¿dividido?
En este caso, la frontera no cruza un edificio, sino muchos. Y es fácil verlo, solo hay que seguir la marca que recorre y cruza esta localidad… o localidades. A un lado de la línea, Baarle-Nassuau (Países Bajos), al otro Baarle-Hertog (Bélgica). Esa particular señal fronteriza se va perdiendo en el interior de las casas. ¿A qué país pertenecen? Fácil, a aquel que señale la puerta de entrada.
Una frontera con historia
Ya en tiempos del Imperio romano se marcaron fronteras para proteger territorios. Es el caso de la muralla de Adriano. Una espectacular infraestructura de la que aún quedan restos y que separa Inglaterra y Escocia de este a oeste de la isla. Tenía 117 kilómetros de longitud, un grosor de alrededor de 3 metros y una altura que superaba también los tres metros.
Superando fronteras
Aunque Dinamarca y Suecia casi se rozan, las aguas del mar Báltico han hecho siempre de frontera natural. En este caso se decidió sortear esa barrera. ¿Cómo? Tendiendo puentes, y nunca mejor dicho. El puente de Øresund se inauguró en el año 2000 y sus casi ocho kilómetros unen ambos países. Se puede cruzar en coche y también en tren.
Separación física ¡y temporal!
Acabamos en las Diómedes, dos pequeñas islas situadas en el estrecho de Bering, una pertenece a Rusia, la otra a Estados Unidos. No solo hace de frontera el canal de agua que las separa. Hay otra: la diferencia horaria. Entre estas dos islas pasa la línea internacional de cambio de fecha. Así, mientras en una son las 9 de la mañana del sábado, en la otra son las seis de la mañana del domingo. Aquí sí puedes viajar en el tiempo.