Ibn Battuta, un viajero extraordinario

Durante la Edad Media, quizás nadie viajó tanto como Ibn Battuta, un musulmán que permaneció viajando por tres décadas. En aquel entonces los viajes eran en sí mismos una aventura incierta, de la que no se podía saber el final.
Ibn Battuta, un viajero extraordinario

Escrito por Edith Sánchez

Última actualización: 12 mayo, 2022

Ibn Battuta fue el más grande viajero y explorador musulmán durante la Edad Media, superando por mucho los trayectos de todos sus contemporáneos. Recorrió una distancia superior a los 120.000 kilómetros en un lapso de tiempo cercano a los 30 años.

Transitó buena parte de África , Europa y Asia, incluyendo Oriente Medio, India y China, entre otros. Dicha travesía fue consignada parcialmente en su  bitácora o diario de viaje, donde relataba los hallazgos, aventuras y peripecias que significaron dichas experiencias.

Sus escritos estuvieron perdidos por siglos  y solo fueron redescubiertos entrado el siglo XIX. Sobre la vida personal de Ibn Battuta se sabe muy poco, excepto que pertenecía a una familia acomodada, tenía una formación profunda del Islam y que se casó y divorció varias veces.

El inicio del viaje

Vista de Tánger, ciudad donde nació Ibn Battuta
Ciudad de Tánger, Marruecos.

Ibn Battuta parte de su hogar en Tánger (Marruecos) en 1325, cuando apenas contaba con 21 años de edad. Su intención en ese momento era dar cumplimiento al precepto musulmán de peregrinar  a La Meca, al menos una vez en la vida.

No sospechaba siquiera que su viaje tardaría cerca de tres décadas, en las que realizaría agotadoras travesías a pie, en caravanas de camellos de la realeza o a bordo de embarcaciones por mar.

Para la época en la que inicio su travesía, visitó la ciudad de Alejandría  y quedó asombrado por su extraordinaria belleza. Siguió a El Cairo, en Egipto, que también lo impresionó gratamente y navegó por el Nilo hasta Palestina y Siria, para llegar a La Meca en 1326.

Hasta Mesopotamia

Continuó hacia lo que hoy es Irán e Iraq, deteniéndose en las ciudades de Basora, Bagdad y Tabriz, lo que lo condujo de nuevo a La Meca para pasar varios años allí. Llevó a cabo varios estudios relacionados con el Islam y tuvo tiempo para planificar su siguiente viaje.

Se dirigió entonces a Yemen  y Omán, siguiendo por la costa africana y el golfo Pérsico, hasta llegar a los ríos Tigris y Éufrates, en donde quedó impresionado por la extraordinaria riqueza de la agricultura mesopotámica.

Ibn Battuta era un observador muy agudo y poseía una extraordinaria memoria, por lo que le resultaba fácil recopilar información sobre las costumbres y estilos de vida. Luego consignaría en sus escritos las impresiones del paisaje, las anécdotas y otros datos relevantes.

Ibn Battuta, la naturaleza del viajero y la adversidad

Su naturaleza adaptable le permitía comer y dormir tanto en humildes albergues, como en suntuosos palacios. Era muy sociable y un excelente relator, al punto que era solicitado por sultanes y cadíes para vibrar con la narración de sus aventuras.

Ibn Battuta presenció situaciones que lo impactaron profundamente, como la vez que en la India observó a una mujer lanzarse a la pira de cremación de su esposo muerto. Este acto buscaba honrar la memoria de su compañero y adquirir respeto social.

De igual modo, asistió a las muestras de valor de los jinetes tártaros, de quienes se decía que bebían la sangre de sus caballos al tiempo que cabalgaban sobre los mismos. De hecho, Ibn Battuta debió, en su condición de juez en la India, castigar a un hombre con la amputación de su mano por haber robado.

Lamentó las condiciones miserables en que vivían muchas sociedades como la que encontró en la llamada “tierra de las tinieblas”, al norte de Rusia. Allí los habitantes comerciaban con pieles para satisfacer a medias sus necesidades de alimento.

La magia de viajar

Entró en contacto con la tribu de los denominados “caras de perro”; recorrió el mar Caspio y el Aral y transitó buena parte de la ruta de la seda. Estuvo durante casi dos años en las islas Maldivas disfrutando de placeres idílicos en esta zona paradisíaca.

Permaneció siete años en la India desempeñando un cargo diplomático, durante los cuales vivió o escuchó sobre experiencias mágicas. Como la vez que conoció un rinoceronte o cuando emprendió su camino hacia el monte Sarandib, para visitar la supuesta huella de Adán que se encontraba allí.

Escuchó historias de primates que conversaban mientras sostenían báculos en sus manos y de sanguijuelas con alas que succionaban la sangre de los desprevenidos; en cuyo caso la mordedura solo se podía curar con limones.

La persistencia del viajero

A lo largo de sus travesías, toleró el hambre y la sed, fue emboscado por hindúes rebeldes pero logro salir con vida. Durante una tormenta zozobraron dos de los tres barcos con los que se dirigía a Java. Al poco tiempo de ser rescatado fue asaltado por piratas.

Ibn Battuta evadió la peste negra presente en Siria y otros territorios, solo purgándose con infusiones de hojas de tamarindo. Estuvo cerca de morir como resultado de un envenenamiento en Mali, Pero sobrevivió para ver de cerca toda la destrucción y barbaridad dejada por los mongoles. Padeció los inviernos extremos de las tierras desoladas de Uzbekistán, Ucrania, Kazajistán y Rusia.

Ibn Battuta personificó al viajero incansable, siempre atento y con un gran poder de observación. Además, era un peregrino piadoso, inquieto y curioso, que sabía improvisar en todo tipo de situaciones.

Invierno en Rusia

La recompensa amarga

Su afán de conocimiento lo llevó a recorrer tres veces la distancia seguida por Marco Polo durante sus viajes por el Imperio mongol. Y, por supuesto, mucho más que cualquier otro viajero y aventurero de la Edad Media.

Durante sus viajes supo congeniar con las diversas culturas con las que se relacionó y mantuvo siempre una férrea convicción sobre sus ideas religiosas y principios morales. Jamás estuvo de acuerdo con todas aquellas prácticas que fueran en contra de los preceptos del Corán.

Poco antes de regresar a su tierra natal, en 1355, se enteró del fallecimiento de sus progenitores. Ya en Marruecos, el sultán Abu Inan, fascinado con sus historias, le encargó recopilarlas en un libro, que llevaría el título de Rihla, que traduce “El viaje”.